Introducción

    Se dice que vivimos en la era de la imagen sólo porque todo nos entra por los ojos. La publicidad y los mass media proclaman el auge de una cultura visual. La estructura del mundo se fundamenta en lo que podemos ver. 


    Pero la cultura humanista de la imago nos dice otra cosa. Nos dice, en principio, que el mirar no se reduce al mero ver, y que la imagen no se reduce a lo visible. La mirada no está determinada por la fisiología del ojo, como la imagen no se agota en la percepción visual. Por eso resulta tan difícil aprender a mirar, porque ese gesto nos hace participar de un ámbito esencialmente invisible que se visibiliza en su ocultamiento, en su veladura. 


    Dialogamos con la obra frente al espejo de la imagen y lo lejano se acerca. Reconstruimos en nosotros su presencia. Así nos sentimos próximos a una tradición que tiene su origen en tiempos en la Edad Media, en tiempos en que la imago, vuelta sustancia en el alma del creyente, era un ámbito del encuentro con lo divino. De las entrañas de esa tradición surge la voz de San Josemaría Escrivá de Balaguer, cuando nos dice… 


    En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria... 



    Las palabras de San Josemaría Escrivá parecieran ser el eco de estas otras de San Agustín: 


Volví después los ojos hacia las otras cosas y comprendí que te deben el ser que tienen. Vi que todas las cosas finitas están en ti, pero no como en un lugar, sino de manera diferente. Están en ti porque tú las sostienes con la mano de la verdad… 



    Esa verdad que se deja ver simbólicamente en lo finito se parece al sentido de trascendencia que San Josemaría Escrivá encontraba en lo ordinario. En la vida que se aprende a vivir, en el reconocimiento de la verdad de lo contingente y pasajero ocurre la comunión, el bienaventurado encuentro entre lo humano y lo divino. 



    A esto parecen conducirnos las obras que contiene esta exposición: ellas nos permiten entender que la fotografía no capta lo real, ni lo pasajero, ni lo contingente… no detiene el tiempo ni el espacio, sino que acaece en su propio tiempo y en su propio espacio. No representa. Presenta. Pero en ese trozo de papel en el que las imágenes se han copiado, en ese fragmento finito de lo real —fútil y efímero— se extiende una realidad extraordinaria que nos trasciende y que nos invita a dialogar. 


    Esta exposición recoge algunas de esas posibilidades. Su título busca hacer evidente una relación que, como afirmaba el sacerdote y pensador Josemaría Escrivá de Balaguer —en cuyas reflexiones se basa la identidad conceptual de esta muestra—, puede llegar a ser santa y a santificar aquello que quiere ser visto con el ojo del alma. 


    Por ello hemos querido hacer de esta exposición un espacio para que la imagen se muestre en su acontecer, como un destello de luz, como un instante afortunado del diafragma en el que convergen, como por “azar concurrente”, lo extraordinario y lo ordinario. 
 
Kelly Martínez y José Luis Omaña 

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